Nos encontramos años después de la Primera Guerra mundial, en la que Italia había intervenido como aliada de Francia y Reino Unido, las potencias vencedoras.
El fin de la guerra en Italia provocó la muerte de miles de cientos de miles de personas y la inutilización de muchas industrias. Esto provocó una crisis económica, debida a la inflación de los productos producida por la elevada deuda exterior, debido a esto, el coste de vida aumentó en una sociedad en la que el número de parados aumentaba a la vez que bajaban los sueldos.
Debido a esta crisis económica, se produjo en Italia una crisis social. En el norte de Italia estallaron numerosas huelgas revolucionarias; algunos campesinos ocuparon las tierras de los grandes propietarios y el proletariado se incautó de numerosas fábricas. Estos movimientos fueron mayormente reprimidos, pero a pesar de esto las clases más conservadoras temían el estallido de una revolución social.
Los acuerdos de paz tras la guerra tampoco ayudaron a mejorar esta situación, ya que no se le entregan a Italia las tierras que le fueron prometidas, debido a esto el irredentismo fue extendiéndose por el país.
Por si fuera poco, la vida política italiana tampoco estaba mejor. Había una gran inestabilidad en los órganos de poder, ya que en tan solo dos años (1919-1922) se sucedieron cinco gobiernos diferentes.
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En esta caótica sociedad italiana de las posguerra, aparece Benito Mussolini.
En 1921 creó los Fasci de Combate que eran cuerpos paramilitares con los que frenaba el auge de los movimientos obreros, atacando a los sindicatos y a sus líderes.
En 1921, los Fasci se transformaron en el Partido Nacional Fascista, que se presentó como el único que podía frenar los movimientos revolucionarios en Italia. Querían un Estado fuerte, que garantizase la propiedad privada y con una política exterior expansionista. Este nuevo partido contó con el apoyo de la pequeña burguesía, la financiación de los grandes propietarios y la tolerancia de la Iglesia Católica y el rey.
Con todo esto, en las elecciones de 1922 el Partido Fascista solo consiguió 22 diputados de 500, pero ese mismo año, con las camisas negras (Fasci de combate) aplastó la huelga general de sindicatos socialistas y anarquistas.
Mussolini exigió al rey la entrega del gobierno, para lo que organizó una Marcha sobre Roma con sus camisas negras. En octubre de ese año, el monarca, presionado por las fuerzas conservadoras, le nombró jefe del gobierno.
Entre los años 1922 y 1925, Mussolini inició un proceso de restricción de las libertades y persecución de sus adversarios, aunque continuó manteniendo el régimen parlamentario*.
Después de las elecciones de 1924, instauró un régimen autoritario. El Estado y el partido fascista quedaron identificados y Mussolini se atribuyó plenos poderes.
A partir de entonces, los partidos fueron prohibidos y sus líderes encarcelados, el Parlamento fue sustituido por un órgano llamada Cámara de los Fasci, las huelgas fueron prohibidas y los sindicatos sustituidos por un sistema de corporaciones por oficios, que englobaban a los representantes de obreros, patronos y Estado.
El Estado dirigía todos los aspectos de la vida social y controlaba los medios de comunicación, la economía, y apoyaba a empresas privadas con pedidos militares y fuertes subvenciones.
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